Como era de suponer, el obispo de Santiago del Estero, Mons. “El Langa” Bokalic, algo tenía que decir, y dijo lo mínimo que no llega, siquiera, a lo indispensable.
“El Obispado de Santiago del Estero para evitar cualquier confusión entre los fieles y la opinión pública en general recuerda a todos la doctrina de la Iglesia Católica con respecto a la celebración del Matrimonio la cual queda expresada en el Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica, no rigiendo en la Iglesia otra ley más que esta. (Cf. CIC cans. 1056 ss y CATIC 1659-1660).
Es decir únicamente se entiende por matrimonio el acto de la voluntad, por el cual el varón y la mujer, naturalmente concebidos como tales desde el seno materno, se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable por la que constituyen entre sí un consorcio para toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos”.
¿Qué hizo este obispo francisquista? Copiar asépticamente lo que dice el Código de Derecho Canónico y el Catecismo, lo que ya todos sabemos, pero evitando cuidadosamente opinar sobre el caso concreto.
Lo que se esperaba era que, además de recordarnos la doctrina, advirtiera claramente al párroco que no podía realizar esa ceremonia, que si lo hacía cometía sacrilegio y que, consecuentemente, sería pasible de las penas canónicas correspondientes. Paralelamente, debería haber afirmado con todos los puntos y comas correspondientes, que Luisa y José no se pueden casar porque ambos son varones, más allá de lo que diga el DNI.
¿Cuál es la táctica? La misma de Bergoglio: no discutir la doctrina, porque no les interesa. Intentar cambios en ella, traería problemas y hasta cismas. Lo que hacen entonces es, aun invocando la doctrina, avalar lentamente pero cada vez más abiertamente, la práctica.
Lo mismo ocurrió con la comunión a los divorciados. En la práctica, los sacerdotes la permiten desde hace décadas, en Europa, en Argentina y en el mundo entero. A Francisco no le interesa menear demasiado la doctrina sobre el tema; consigue resultados más rápidos haciendo una llamadita telefónica a la adúltera santafecina para decirle que, si comulga, no hace nada malo.
El caso del matrimonio de los maricas es similar. Desde hace al menos veinte años en una importantísima iglesia jesuita del interior del país los sacerdotes “bendicen” las uniones de homosexuales a las que asisten sus familiares y amigos, y desde hace el mismo tiempo, al menos, un gran número de sacerdotes de todos los colores y pelajes absuelven en confesión a las personas homosexuales que conviven con otras de su mismo sexo. Es cosa vieja y no es ocurrencia de algún cura. Es lo que se enseña en muchos seminarios, despacito para no levantar la perdiz, siguiendo al jesuita Tony Mifsud, en sus tres tomos de “Moral del discernimiento” (San Pablo, Santiago de Chile, 1993): lo ideal para la persona homosexual, es la castidad perfecta, pero en el mundo actual eso es imposible. Por tanto, lo mejor posible es la convivencia con una pareja fija para evitar, de ese modo, conductas promiscuas. Esto fue escrito a comienzos de los ’90, y desde esa época se practica en gran parte de las iglesias católicas argentinas.
Y eso lo sabe Bergoglio. Y lo saben los obispos. Y no dicen nada. O, más bien, no decían nada. Ahora están, despacito para no asustar, blanqueando la cuestión.
No me extrañaría que lo de Santiago del Estero haya sido un globo de ensayo. Y no me extrañaría tampoco que la semana que viene la Luisa Lucía recibiera un llamado telefónico con una voz que dijera: “Ciao Luisa. Sono il padre Giorgio".
Fuente: Wanderer
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