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viernes, 17 de octubre de 2014

P. Alberto Luna, imbécil y HEREJE

En una entrevista televisiva, el ahora HEREJE Luna, que probablemente desde hace tiempo viene fumando alguna hierba maldita y nosotros no nos dábamos cuenta. Pero, ahora nos salió con una joya de declaración: LA HOMOSEXUALIDAD NO ES PECADO.




Así se une al HEREJE de Cali, que ayer nomás declaró algo similar: http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=22218


Según algunas informaciones que llegaron a este bloguero amigo, el P. Luna es el preferido de Bergoglio para sustituirle al anciano Obispo Ignacio Gogorza, que hasta ahora sigue a tientas frente a la Diócesis de Encarnación. Y con la reciente declaración hecha por Luna, es probable que no solo se gane el báculo episcopal, sino también “il capello”, porque si kasper (hereje y mentiroso) es el “portador de la luz bergogliana”, mal nos pese, también el “lunático” podría unirse al funesto cortejo.

Algunas lecturas que recomiendo al P. Alberto Luna ¿O acaso se declaró ya separado del Magisterio de la Iglesia Católica?

La homosexualidad en el Catecismo de la Iglesia Católica


La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura, que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que «los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados». Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso. Un número apreciable de hombres y mujeres presenta tendencias homosexuales profundamente arraigadas.

Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que puedan encontrar a causa de su condición. Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo
de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente
a la perfección cristiana.  
Catecismo de la Iglesia católica (nn. 2357-2359)
Magisterio Católico vigente

En el documento «Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales», promulgado por la Congregación para la Doctrina de la Fe en junio del 2003, la Iglesia rechaza no solo el matrimonio entre personas del mismo sexo, sino cualquier tipo de reconocimiento legal de las uniones homosexuales. En dicho texto, el magisterio católico enseña que:

Ante el reconocimiento legal de las uniones homosexuales, o la equiparación legal de éstas al matrimonio con acceso a los derechos propios del mismo, es necesario oponerse en forma clara e incisiva.

y

Dado que las parejas matrimoniales cumplen el papel de garantizar el orden de la procreación y son por lo tanto de eminente interés público, el derecho civil les confiere un reconocimiento institucional. Las uniones homosexuales, por el contrario, no exigen una específica atención por parte del ordenamiento jurídico, porque no cumplen dicho papel para el bien común.
y

En el caso de que en una Asamblea legislativa se proponga por primera vez un proyecto de ley a favor de la legalización de las uniones homosexuales, el parlamentario católico tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar contra el proyecto de ley. Conceder el sufragio del propio voto a un texto legislativo tan nocivo del bien común de la sociedad es un acto gravemente inmoral.

El texto, firmado por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Emérito Benedicto XVI, concluye con un párrafo en el que ratifica la oposición de la Iglesia a cualquier tipo de reconocimiento legal de las uniones homosexuales:

La Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria de la sociedad. Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La Iglesia no puede dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad.


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