Tras la destitución de Livieres de la Diócesis de Ciudad del Este, volvieron las MONAGUILLAS. Recordemos las orientaciones pastorales del defenestrado Obispo publicadas en una carta el 9 de noviembre de 2013. El punto número 4: “Es costumbre, por supuesto, tener niños “varones” (monaguillos) como acólitos”.
Entonces, desde esa época hasta su injustificada destitución luchó por cumplir y hacer cumplir las orientaciones de la Iglesia al respecto, prohibiendo la admisión de “cleriguillas trasvestidas de monaguillas”. No es un error en la expresión, sino que manifiesta el objetivo que subyace en el fondo de esta situación: “la pretensión de una futura hembra ordenada”.
La confusión que genera en la Iglesia este abuso es enorme, porque imagínense los encuentros vocacionales que organizan algunos sacerdotes, donde también participan niñas. Y nos estamos refiriendo a encuentros vocacionales para despertar el interés en el sacerdocio, ¿para qué hacerle participar a niñas entonces?
Trayendo a colación el Can. 813. § 2. El ministro que sirve en la Misa no sea mujer; a no ser faltando un hombre, por justa causa, asista con la obligación de responder (las oraciones del Misal que reza el monaguillo en respuesta al sacerdote celebrante) a distancia y no se acerque al altar por razón alguna. ¡Lamentablemente ya no rige el canon del antiguo Código de Derecho Canónico!
Nuestra Iglesia está sufriendo una rauda descomposición, porque el hecho de tener monaguillas no es un dato menor, sino que estas niñas están jugando con algo tan sagrado como lo es el Sacerdocio. Y la esencia de este no es un simple capricho de la historia sino parte fundamental y constitutiva de la Iglesia. Cristo quiso que su Iglesia fuera tal como Él la concibió y nosotros no tenemos ningún derecho de cambiar lo que estableció.
Esta descomposición fue contrarrestada por el Obispo Livieres, pero muchos sacerdotes de la vieja y podrida escuela liberacionista se han resistido fervientemente. En la foto aparece ilustrado un ejemplo claro de este tipo de sacerdotes que denigran el ministerio sagrado que recibieron.
Entonces, desde esa época hasta su injustificada destitución luchó por cumplir y hacer cumplir las orientaciones de la Iglesia al respecto, prohibiendo la admisión de “cleriguillas trasvestidas de monaguillas”. No es un error en la expresión, sino que manifiesta el objetivo que subyace en el fondo de esta situación: “la pretensión de una futura hembra ordenada”.
La confusión que genera en la Iglesia este abuso es enorme, porque imagínense los encuentros vocacionales que organizan algunos sacerdotes, donde también participan niñas. Y nos estamos refiriendo a encuentros vocacionales para despertar el interés en el sacerdocio, ¿para qué hacerle participar a niñas entonces?
Trayendo a colación el Can. 813. § 2. El ministro que sirve en la Misa no sea mujer; a no ser faltando un hombre, por justa causa, asista con la obligación de responder (las oraciones del Misal que reza el monaguillo en respuesta al sacerdote celebrante) a distancia y no se acerque al altar por razón alguna. ¡Lamentablemente ya no rige el canon del antiguo Código de Derecho Canónico!
Nuestra Iglesia está sufriendo una rauda descomposición, porque el hecho de tener monaguillas no es un dato menor, sino que estas niñas están jugando con algo tan sagrado como lo es el Sacerdocio. Y la esencia de este no es un simple capricho de la historia sino parte fundamental y constitutiva de la Iglesia. Cristo quiso que su Iglesia fuera tal como Él la concibió y nosotros no tenemos ningún derecho de cambiar lo que estableció.
Esta descomposición fue contrarrestada por el Obispo Livieres, pero muchos sacerdotes de la vieja y podrida escuela liberacionista se han resistido fervientemente. En la foto aparece ilustrado un ejemplo claro de este tipo de sacerdotes que denigran el ministerio sagrado que recibieron.
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