Lo de Mons. Pastor Cuquejo no se trató de un ataque “personal” al modo de un enemigo personal, al que uno debe ofrecer la otra mejilla como nos dice nuestro Señor Jesucristo. Sino que fue un ataque de un enemigo institucional, de un lobo que intentó herir al pastor para que las ovejas queden desbaratadas y él las pueda devorar.
Casi todos se quedaron pasmados, espantados con la enérgica respuesta de Livieres al “lobo” Cuquejo, pero nadie hizo esta reflexión: si a mí me agreden, puedo ser capaz de ofrecer la otra mejilla sin problemas; pero si le agreden a mis hijos delante mío, no puedo quedarme de brazos cruzados sino agarrarme a las trompadas con el agresor para defender a mi familia.
Si pudiéramos comparar lo sucedido a un golpe de Estado, pues esa sería una buena descripción a lo que pasó, solo que quedó en el intento. El Arzobispo intentó un golpe, intentó herir de muerte al pastor para que se dispersen sus ovejas, para que los seminaristas, comunidades, grupos, para que todos se dispersen y se queden sin su pastor.
Lo que hizo Livieres fue cumplir a cabalidad con su función de pastor, porque supo defender a su rebaño del lobo vestido de “obispo”. De ninguna manera fue una reacción producto de una pérdida de estribos como intentó presentar Mons. Melanio Medina, porque en realidad fue una acción virtuosa, de defensa de las ovejas indefensas e inocentes.
Este Livieres tiene las cosas en su lugar y es un verdadero pastor, es un pastor que defiende a sus ovejas de los asedios del lobo feroz.
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